martes, 13 de diciembre de 2016

Entre la tragedia y la farsa.


Fernando Murillo Flores

Fue Marx quien dijo que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa. En el curso de Historia del Derecho Constitucional Peruano, que dicté por vez primera en la Escuela de Post Grado de la Universidad Andina del Cusco, en la Maestría de Derecho Constitucional, al menos pude identificar una de esas repeticiones, aunque con una variable, como lo explique a mis alumnos.

En estas líneas comparto esa reflexión. Tanto la Constitución de 1979, como la de 1993, de la que Domingo García Belaunde dice, respecto de aquella: “es una copia en un 65% de sus postulados y repite el mismo ordenamiento, pero en demérito de ella” (Constitución Peruana. Adrus Editores, Lima 2016, p. 63), se establece que en la primera vuelta electoral se define la composición del Congreso y, en el caso de que el candidato presidencial no obtenga el porcentaje de votos necesarios para ser ungido Presidente, se debe ir a una segunda vuelta electoral.

En las elecciones de 1990, en primera vuelta, quedó definido el Congreso tanto en su cámara de senadores, como de diputados, en dicho Congreso la mayoría estuvo en manos de la oposición de quién aún no había sido elegido Presidente, entre los candidatos: Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori Fujimori. En segunda vuelta ganó, por amplia mayoría, Alberto Fujimori Fujimori y el Congreso estuvo en manos de la oposición, de una oposición – vale decirlo – muy política y entre los que se contaban líderes del PPC, de AP del APRA y algunos pragmáticos del movimiento Libertad.

En las elecciones de 2016, en primera vuelta, quedó definido el Congreso unicameral, en manos del movimiento de Keiko Sofía Fujimori Higuchi que de sus 130 escaños, 72 son ocupados por Fuerza Popular. En la segunda vuelta ésta otrora candidata perdió ante Pedro Pablo Kuczynski quien actualmente es Presidente Constitucional del Perú.

Se nota cómo la historia se repite ¿verdad?, pero la variable es que ahora la hija de Alberto Fujimori Fujimori perdió, y su movimiento (que en esencia es el mismo fujimorismo) es el que tiene la mayoría en el Congreso, siendo por ello oposición frente al Ejecutivo, representado hoy por Pedro Pablo Kuczynski, que el año 1990 estaba en manos de Alberto Fujimori Fujimori.

En 1990 Alberto Fujimori Fujimori pidió facultades legislativas al Congreso y éste se las dio y se emitieron un importante número de decretos legislativos, muchos de los cuales rigen aún y de manera gravitante en el país. Este año Pedro Pablo Kuczynski pidió también dichas facultades legislativas y, luego del voto de confianza a su gabinete, se las otorgaron.

Antes del autogolpe de Estado de 1992, el Congreso de la República se vio enfrentado al Ejecutivo y aquél empezó a marcar muy estrechamente a éste, llegándose al punto de aprobar una ley para el control parlamentario de los actos de gobierno del Ejecutivo – por una ausencia de diálogo y de equilibrio de los poderes – se produjo la interrupción del orden democrático; de esta encrucijada Domingo García Belaúnde dice: “Así se inició una lucha sorda entre Ejecutivo y Legislativo – innecesaria pues el Legislativo demostró siempre su interés en colaborar, ante la negativa de Fujimori, quien quería actuar sin tropiezos – y fue así como coludido con el Ejército, dio elgolpe de Estado de 5 de abril de 1992. Quedó rota la institucionalidad y desmanteladas las principales instituciones públicas” (Op. Cit., p. 60). En ese momento el Fujimorismo era renuente al diálogo y asumió una posición de enfrentamiento, el resultado, por obra de Fujimori fue el golpe de Estado que comenzó por cerrar “disolver” el Congreso. Ahora estamos presenciando un momento de tensión que esperemos no se salga de los cauces democráticos, es decir, que la tragedia no se repita como farsa.

Tanto en 1990 como este año, el primer ingrediente de la tensión fue y es el triunfo de una mayoría en el Congreso, la que lejos de crear una cultura de equilibrio “de poderes”, deriva en la intransigencia de la mayoría parlamentaria. Las mayorías se forman en función de una serie de factores: ideológicos, de género, raza, étnicos, religiosos, etc., que en realidad per se no son malas, sino que se tornan – usualmente y muy a menudo – en abusivas, pues ello deriva de su conciencia de poder, sin capacidad de diálogo alguno. Para un grupo mayoritario, en cualquier escenario y en especial para quien lo representa, le es difícil tomar decisiones considerando a las minorías y sus derechos, pues se debe a una mayoría en la que hace reposar su legitimidad, pase lo que pase.

Más allá que las comunicaciones de quienes hoy dirigen esa mayoría sean privadas, lo cierto del caso es que de ellas se puede apreciar una ostentación de poder (“ya saben con quien se meten”), un ánimo de demostrar, allende el interés del país, la fuerza de una mayoría en el Legislativo y lo que con ella se puede hacer. El diálogo, una vez más, no está en el Fujimorismo y da la impresión que pretende provocar la denominada cuestión de confianza, para derivar – mañana más tarde – en una disolución constitucional del Congreso, previa interpelación y censura de ministros, ciclo que está a punto de empezar con el Ministro Saavedra.

En el Estado Constitucional” – dice el Tribunal Constitucional – “si bien se exige el respeto al principio democrático también se exige el control y balance entre los poderes del Estado, si bien se exige el respeto a las decisiones de las mayorías también se exige que tales decisiones no desconozcan los derechos de las minorías, pues el poder de la mayoría sólo adquirirá legitimidad democrática cuando permita la participación de las minorías y reconozca los derechos de éstas.” (Exp. N° 00005-2007-PI/TC. F. 15)

La política debería estar guiada por la ética, lo que llevaría a decisiones en función del respeto irrestricto de los derechos de todos, pero parece que lo que hoy impera es la real politik, que es ajena a toda ética y, por tanto, a deshumanizar la política de la que son muestra gobiernos totalitarios y absolutistas, los que sin duda están lejos de un Estado Constitucional, en el que todos aspiramos a vivir.

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